Laberintos
Tiempos
Diálogos en la otra orilla
No era fácil convencer al abuelo de que había que lavar su pañuelo limpio. Unas veces me hacía contar los números al revés, otras contarle un cuento en el que hubiese abuelitos buenos. Sólo, de vez en cuando, le ablandaba un arrumaco.
Por las noches, cuando sus ojos ya estaban cansados, me pedía que la leyese en voz alta. Su libro preferido era “Las mil y una noches”, primero en una edición abreviada, más tarde en una preciosa edición completa y comentada de delicadas páginas y lomos grabados con letras doradas que siempre me hacía manejar con el mayor de los cuidados. Así descubrí de dónde procedían Simbad, Alí Babá, la princesa Sherezade y tantos y tantos personajes de mis cuentos infantiles.
El momento de sacar el pan del horno no llegaba nunca. La niña merodeaba por los alrededores esperando el momento en que la dejasen entrar en el recinto del horno para probar el pan que ella había ayudado a hacer. Cuando por fin llegaba sentía ese hormigueo en el cuerpo que producen las cosas maravillosas. Allí estaba el magnífico regalo de la abuela: las distintas piezas de pan milagrosamente habían crecido y ¡huy! los panecillos hechos por la abuela para ella resultaban ser caracolas, margaritas y coletas, tan bonitas, que daba pena comerlas.