jueves, 9 de agosto de 2007

La señá María

Una anciana pequeñita y aseada, con los ojos grises, el pelo muy blanco recogido en un moñito en la nuca; siempre vestida de negro; de carácter dominante, voluntad de hierro y memoria prodigiosa; lectora incansable de periódicos, revistas y todo tipo de libros que caían en sus manos; oyente constante de la radio, a la espera siempre de la emisión de radio París, comentarista sarcástica de los partes diarios de RNE. Cuando llegó la televisión no la quiso y las tardes de verano en que había corrida de toros subía hasta el tercero a acompañar a una vecina solitaria, compartiendo ambas la angustia del torero.

Por las noches, cuando sus ojos ya estaban cansados, me pedía que la leyese en voz alta. Su libro preferido era “Las mil y una noches”, primero en una edición abreviada, más tarde en una preciosa edición completa y comentada de delicadas páginas y lomos grabados con letras doradas que siempre me hacía manejar con el mayor de los cuidados. Así descubrí de dónde procedían Simbad, Alí Babá, la princesa Sherezade y tantos y tantos personajes de mis cuentos infantiles.

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